jueves, mayo 24, 2007

El vuelo de Ícaro

Enrique Bañuelos era un práctico desconocido hasta el 24 de mayo de 2006. Poco amigo de entrevistas, su empresa, antes de salir a Bolsa, había pasado más o menos desapercibida en una Comunidad Valenciana en la que otros nombres de inmobiliarias –Lubasa, Llanera, Ortiz, Ballester o la división de Bancaja- tenían más peso, más protagonismo y, en muchos casos, más presencia en los medios de comunicación por asuntos completamente ajenos a su actividad típica. Pero el día que Bañuelos fue el encargado de tocar la campana en el parqué madrileño los flashes captaron la imagen de un empresario joven, cuya historia personal reflejaba a un hombre hecho a si mismo por un camino no exento de tragedias personales. Pero finalmente le vida le había sonreído. Y el encadenamiento de éxitos en pleno boom de la construcción en la costa valenciana le había convertido en un empresario de éxito. La colocación de parte de su empresa en Bolsa era el paso definitivo para que Enrique Bañuelos dejase de ser apenas conocido por unos pocos para convertirle en casi en un modelo a imitar.

La salida de Astroc a Bolsa fue espectacular. Las acciones subían sin freno. Tardó más de diez sesiones en vivir una corrección. La compañía era objeto de análisis por los periódicos (no por las casas de Bolsa), su presidente de perfiles más o menos afortunados y el valor de codicia por parte de inversores que contaban la rentabilidad a puñados. La figura de Bañuelos iba creciendo. Empezaba a crearse una corte dispuesta a creer que el joven empresario era el nuevo gurú de la economía, un hombre capaz de convertir en oro todo lo que tocase. El gestor “capaz de encantar a una serpiente”, según algunos empresarios, “un visionario”, según otros, se lanzó a la búsqueda de grandes socios que le dieran más empaque a una empresa que nadie sabía muy bien qué hacía. Pero ¿qué más daba? Estaba Bañuelos. Y eso ya era una garantía de éxito.

Pero las luces escondían algunas sombras que aquellos que no confiaban en Bañuelos ni en su empresa explicaban a quien quería oírles. Uno de los aspectos más sombríos de Bañuelos es su relación con el ex consejero de Territorio, Rafael Blasco. Blasco, del Partido Popular, era quien tenía la competencia última de transformar un suelo no urbanizable en urbanizable. En pleno auge de la polémica Ley Reguladora de la Actividad Urbanística (LRAU) valenciana, el negocio de Bañuelos consistía precisamente en lograr que una extensión de naranjos, por poner un ejemplo, pudiese albergar una urbanización. Astroc no quería hacer los adosados –aunque en alguna ocasión los ha hecho- si no conseguir recalificar ese suelo, comprado a precio de rústico, y revenderlo como urbanizable. A precio de urbanizable, lógicamente.

Y es ahí donde entran las sospechas. La importancia de los poderes públicos en la actividad típica de Astroc –lo reconocía la propia empresa en el folleto de salida a Bolsa- llevó a muchos a atar cabos. A través de la Fundación Astroc, Bañuelos empezó a patrocinar al Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), museo que dirige Consuelo Ciscar, esposa de Rafael Blasco. En las sedes de la fundación en Calvià y Madrid se han llegado a realizar exposiciones de parte de los fondos del museo valenciano. Otro dato que hasta provocó la denuncia del PSPV es el hecho de que Concepción Castillejo, que en los datos que dispone la CNMV tiene cargo de consejera delegada, es la hija de Concha Gómez, secretaria autonómica de Cultura de la Generalitat Valenciana, puesto que ocupó Ciscar antes de pasar a dirigir el IVAM. Rafael Blasco dejó la Consejería de Territorio casi al mismo tiempo que Astroc salía a Bolsa.

Pese a este capítulo, muy aireado en la prensa local, Bañuelos no perdió su estrella y con el valor de Astroc subiendo cada día decidió montar una paella en Central Park, en Nueva York, ciudad en la que tiene su residencia más o menos habitual (no en vano, Bañuelos tiene un avión en propiedad). El objetivo era presentar en Nueva York la Fundación Astroc. Hasta allí se llevó a decenas de invitados desde España. Este evento, visto como una excentricidad por varios políticos y empresarios, no tuvo mayor relevancia en el día a día de la compañía. Pero fue por entonces Bañuelos empezó a contar a quien quería oírle su nueva visión: Las torres España, rascacielos a construir en ciudades como Nueva York o Shanghai, destinadas a albergar en sus bajos y primera plantas a las grandes enseñas españolas.

Mientras, en España, Astroc emprendía dos acciones distintas. Por un lado empezó a buscar grandes nombres para que entraran en el capital. Bañuelos olvidó la idea de sacar a Bolsa otra parte de su participación, como había señalado en el folleto, y optó por vender paquetes a Carmen Godia, los Nozaleda, Rayet… y lo que acabó de auparle al Olimpo empresarial, a Amancio Ortega. Si el dueño de Zara había entrado en Astroc, sería porque es un gran negocio ¿no? La acción subía y subía. 40 euros, 50 euros, 60 euros, 70 euros… ¿Qué limite tenía?

Por el otro lado, Astroc empezaba a buscar alternativas a su modelo de negocio tradicional, con el que salió al mercado, el que calificaba de único en el mundo. Las razones por las que Astroc se lanzó a la compra de Landscape y de Rayet Promociones se explican por la necesidad de diversificar la actividad. La gestión del suelo, con un consejero distinto y una ley distinta (la Comunidad Valenciana había cambiado la Ley Urbanística recientemente, introduciendo algunos cambios que endurecían los criterios para desarrollar los famosos PAI, Planes de Actuación Integral ), se convertía en un negocio más difícil de lo que hasta ahora había sido para Astroc. La apertura a otros negocios inmobiliarios y en otros territorios servía además a Bañuelos para no tener todo su interés en la misma zona.

La mirada de Bañuelos se fijaba en el infinito. Quería romper barreras. Antes de presentar los resultados de su primer año en Bolsa, la inmobiliaria aprueba un ambicioso plan de expansión internacional que pasa por una ampliación de capital de 2.000 millones de euros. Se trataba de llevar el negocio de gestión de suelo que tanto éxito le había dado a Bañuelos a cualquier rincón del mundo.

Sin embargo, un día antes de presentar los resultados anuales, las acciones de Astroc sufrieron una primera corrección de casi 20 puntos en una sesión. Al día siguiente, la inmobiliaria presenta un beneficio de 93 millones de euros. Era una buena cifra. Pero la clave estaba en otro sitio. Cuando se hizo pública la auditoría, se pudo comprobar que no sólo el 66% del volumen de negocio de la compañía procedía de operaciones realizadas con CV Capital, la patrimonial de Bañuelos. También buena parte del beneficio neto procedía de estas operaciones. El valor se desplomó. En tres días caía por debajo de los 20 euros por título, se desvanecían miles millones de euros de capitalización. La compañía que llegó a valer más que muchas de las firmas del IBEX35, casi el triple que Iberia, por ejemplo, se deshacía en el parqué como un azucarillo.

El complejo entramado de acuerdos de compra y recompra firmados por Bañuelos con varios de sus accionistas institucionales, o de operaciones financieras cruzadas entre Astroc y CV Capital, empezó a resentirse al estar apoyados en precios de las acciones bastante mayores de lo que reflejaban ahora. Los socios que le había comprado a Bañuelos acciones a 30 o 40 euros veían peligrar su inversión y ninguna de las intervenciones de Bañuelos había frenado el descalabro. El primer síntoma de lo que se avecinaba lo dio el propio Bañuelos al vender toda su participación en el Sabadell, donde era uno de los primeros accionistas individuales. Y el día 15 de mayo se materializó la caída del ‘modelo a seguir’. Los accionistas de Astroc exigen la cabeza de Jon Palomero, vicepresidente y consejero delegado de la empresa, el hombre de confianza de Bañuelos. Los acontecimientos se precipitan en horas. Rayet cambia de idea y, de acuerdo con Nozar, decide tomar las riendas de la empresa. Se rompen acuerdos de salida y de compra para hacer otros nuevos que implican la toma del control de la compañía, apartando a Bañuelos de la gestión. El fundador de la compañía deja de tener la mayoría –algo que se materializará a partir de hoy, cuando expira el compromiso de Bañuelos de mantener al menos el 51% durante año tras la salida a Bolsa- y el futuro de Astroc pasa a ser una incógnita.

Enrique Bañuelos voló muy alto durante unos meses. Hay quien compara su trayectoria con la fábula de Ícaro. “Voló demasiado cerca del sol”, explican. La cera de las alas de Astroc se deshizo entonces. En un año, Bañuelos ha conseguido llegar a la cima… y bajar a los infiernos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Esto me recuerda a Mario conde y sus amistades peligrosas.

3:34 p. m.  

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