domingo, agosto 13, 2006

¡Qué suerte he tenido!


Desafiando los peores augurios hace unos diez días largos decidí irme de vacaciones en avión. A mi no me paran en casa ni los trabajadores de tierra de Iberia invadiendo las pistas de El Prat ni el caos en Heathrow por las detenciones de supuestos terroristas. Y allá que me lancé yo, cruzando los dedos para que no me cayera encima alguna de estas maldiciones modernas que acaban con tus huesos en el suelo de alguna terminal de diseño leyendo 20 veces el mismo periódico, con el equipaje de mano a modo de almohada y deseando que acaben las vacaciones para volver a casa aunque no hayas salido del aeropuerto de tu ciudad.

La cosa empezó bien. Poca cola para facturar en Manises y en teoría con el vuelo a Madrid en hora. Pero de repente anuncian un ligero retraso. No importa, tengo tiempo suficiente para llegar al enlace para mi destino final. Pasan los minutos y la cosa empieza a ponerse peor. Resulta que el avión tiene algo roto –la junta de la culata o la tapa del delco, yo que sé- y el restraso va en aumento, como mi mala leche. Me cabreo con la gente de Iberia pero opto por tranquilizarme, no sea que acabe en el cuartelillo del aeropuerto.

Al final el avión sale y llego a Barajas, a la T4 unos cinco minutos antes de la hora de salida del vuelo siguiente. Es decir, en teoría el avión ya ha cerrado las puertas y encima está en la T4 SAT, es decir, hay que recorrer unos cuantos kilómetros a pie más el tren que une los dos edificios. Emprendo una carrera de obstáculos y consigo hacer el récord mundial de T4 a T4 SAT en unos seis minutos incluido el tren. Llego y ¡oh milagro! Mi vuelo aún no ha salido. Así que entro y me siento pensando que lo peor ya ha pasado.

Sin embargo, mientras sobrevolamos el Atlántico me asalta una duda. ¿Habrá conseguido mi maleta llegar al avión en el mismo tiempo récord que yo? La respuesta es evidente. No. En efecto, cuando llego a mi destino no hay rastro de mi maleta. Me dirijo a un chico de Iberia y le cuento el caso. Lo consulta en un ordenador y me dice que en efecto mi maleta está en Madrid y que llegará mañana en el vuelo de Iberia del día siguiente. Al menos la tienen controlada. Todo se reduce a comprar un poco de ropa y unas chanclas para adaptarme al calor del Caribe y esperar a mi equipaje.


Pienso en reclamar el dinero de la ropa que me he tenido que comprar pero pienso que después de lo que ha pasado en Barcelona el departamento de quejas de Iberia debe ser un caos, así que me digo a mi mismo que total, ya necesitaba renovar los calzoncillos y que el cepillo de dientes que tenía ya estaba un poco pringoso. Así que no hay mal que por bien no venga.

La maleta tarda dos días en llegarme a la casa donde estoy. No acabo de entender por qué no me llegó al día siguiente por la tarde. Pero bueno. Tengo tantas ganas de cambiarme de ropa que no le doy más importancia. La abro –“ois, mira, se ha roto uno de los enganches de la cremallera que van en el candado... si es que tratan tan mal las cosas...”- y cojo una muda nueva y me cambio. No me fijo mucho y ya en la calle recuerdo que no me suena haber visto algunas cosas que había metido, como la cámara de fotos, cargadores de dos móviles que llevo, un par de pantalones... No sé, igual lo olvidé en casa... no creo que me hayan abierto la maleta y me lo hayan robado. Cuando vuelva a Valencia seguro que está encima de la cama todo y fue que olvidé ponerlo dentro. ¡Soy tan despistado!

Paso los días de vacaciones entre cervecitas y buenos amigos y llega el día del regreso. Increiblemente el avión de vuelta a Madrid va a ser puntual. Es la primera vez que me pasa, pero no le voy a hacer un feo a una buena noticia. Entro al avión, que va lleno y me encuentro con una persona en mi asiento. El viejo caso de las plazas duplicadas. Que uno se pregunta ¿qué usan para asignar los asientos? ¿Un ZX Spectrum de 48k? Ni eso, porque con un sencillito programa de basic –lenguaje de programación que aprendí en el pleistoceno- se puede controlar qué asientos están dados y cuáles no. No pasa nada. Me reubican y todos tan contentos.

Llegamos a Madrid puntuales, antes de tiempo incluso diría yo. Me voy a mi puerta de embarque para enlazar con el vuelo de Valencia. En vuelo también va puntual. Demasiado bonito... Ya dentro del avión, estamos listos para salir. El comandante hace marcha atrás y cuando se va a dirigir a la pista para mi que se le cala el avión. Un par de intentos y nada, de vuelta al sitio. “Hay un pequeño problema eléctrico, pero nada ahora vienen los de mantenimiento y lo arreglan. Será cuestión de poco tiempo”, dice el comandante. Por la ventanilla veo llegar a Pepe Gotera y Otilio dispuestos a subsabar el pequeño problema eléctrico y como era de esperar, al cabo de un rato nos piden a todos que bajemos que el avión está roto y que no puede ser la cosa.

Nos dicen que en una hora nos ponen otro avión, que ya le han asignado la tarea de llevarnos a Valencia a un aparato que viene de otro sitio, que tranquilos. Pero al cabo de un rato, parece que los de las chapuzas de Iberia han conseguido cambiar los fusibles y todos para arriba de nuevo. Ahora parece que ya van los intermitentes así que volamos hasta Valencia donde el avión para casi a un kilómetro de la terminal –para cuatro vuelos mal contados que hay en Manises, parece que todos llegan a la misma hora- y tenemos que esperar un buen rato a que llegue la jardinera. Y después otro buen rato para que llegue mi maleta, que, esta vez, si aparece. Tarde, pero aparece.

Llego a mi casa y compruebo para mi desgracia que no me dejé nada sobre la cama. Es decir, me han robado de dentro de la maleta la cámara de fotos, al menos tres pantalones, los cargadores de los móviles y no sé qué más. Tendré que hacer balance y enviar un fax, según me ha dicho un teleoperador de Iberia con marcado acento de la India o de Marruecos, vete a saber, para reclamar, aunque tengo pocas esperanzas.

Pues ya veis. Al menos no he tenido que hacer noche en el suelo de ningún aeropuerto. ¡He tenido suerte!