En defensa de los otorrinolaringólogos

J.J. Cambra

Sé bien que, con sus conocimientos y temible instrumental, y echando mano del yunque, el martillo y la trompa de Eustaquio, los otorrinolaringólogos podrían haberse lanzado a un ataque preventivo en esta hora aciaga en que el azar político arroja sombras de duda sobre su eficacia profesional. Sin embargo, rehenes de la prudencia y de leyes que impiden el secuestro humanitario para ofrecer un diagnóstico, se ven condenados a soportar las emisiones nasales del portavoz del PP en las Cortes Valencianas con soviética mortificación. Ricardo Costa es un hombre a una nariz pegado que suena a fagot de juguete y a maullido de gato, y a quien tampoco ayuda mucho dar siempre el mismo concierto nasal, Variationen über ein Thema von Zapatero, que seguramente él cree benéfico. Ante esa extraña situación, los ciudadanos de buena fe lógicamente se preguntan por qué los otorrinolaringólogos no desembozan al muchacho.

Siendo lógico ese malestar cívico y altruista, en mi opinión habría que plantearse dos cuestiones previas: ¿realmente tiene el portavoz que ser desembozado?; y ¿debería exigírselo la oposición si se negara? Obviamente. Porque sólo así quedará a salvo la integridad profesional de los otorrinolaringólogos. Pues, o bien Ricardo Costa es desembozable, o bien sufre una dolencia inoperable, o –por nacimiento, por educación, por complacencia- ha resultado ser el político pollo pera por antonomasia de nuestra joven y prematuramente encanecida democracia. O sea, otro gran evento a la valenciana. Como dijo el viejo narrador cansado: inenarrable, inenarrable…