Yo no leo a Adolf Beltran
J.J. Cambra
En su comentario del martes pasado, el administrador de este blog copia parte de un artículo publicado por Adolf Beltran en El País, La sinrazón instrumental, y recomienda su lectura. Excepcionalmente, sigo su consejo, porque, desde hace tiempo, por razones de salud, procuro no leer nunca al conocido periodista. Sencilamente, no lo soporto.
Creo que Beltran es uno de los mejores columnistas no sólo de la Comunidad Valenciana sino –por lo que he leído y leo– de la prensa española. Con un bagaje cultural notable, escribe con claridad, sin espasmos retóricos (tan abundantes en el gremio) y, en general, resulta difícil no compartir sus puntos de vista. Pero como vivo en Valencia, ya digo, evito leerle. ¿Por qué? Porque el brutal contraste entre la habitual acuidad de sus opiniones y las incontables chifladuras impuestas por el despotismo autonómico y local me sitúan psicológicamente en los umbrales del síndrome Oblómov (que como ustedes saben consiste en meterse en la cama con la intención de quedarse a vivir en ella). Como tengo que hacer frente a una hipoteca y a un buen número de gastos fijos yo no puedo permitirme el lujo de leer a Adolf Beltran, como, por desgracia, acabo de hacer. Me voy a la cama.
En su comentario del martes pasado, el administrador de este blog copia parte de un artículo publicado por Adolf Beltran en El País, La sinrazón instrumental, y recomienda su lectura. Excepcionalmente, sigo su consejo, porque, desde hace tiempo, por razones de salud, procuro no leer nunca al conocido periodista. Sencilamente, no lo soporto.
Creo que Beltran es uno de los mejores columnistas no sólo de la Comunidad Valenciana sino –por lo que he leído y leo– de la prensa española. Con un bagaje cultural notable, escribe con claridad, sin espasmos retóricos (tan abundantes en el gremio) y, en general, resulta difícil no compartir sus puntos de vista. Pero como vivo en Valencia, ya digo, evito leerle. ¿Por qué? Porque el brutal contraste entre la habitual acuidad de sus opiniones y las incontables chifladuras impuestas por el despotismo autonómico y local me sitúan psicológicamente en los umbrales del síndrome Oblómov (que como ustedes saben consiste en meterse en la cama con la intención de quedarse a vivir en ella). Como tengo que hacer frente a una hipoteca y a un buen número de gastos fijos yo no puedo permitirme el lujo de leer a Adolf Beltran, como, por desgracia, acabo de hacer. Me voy a la cama.
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