En Costa de Marfil, Félix Houphouet Boingy, presidente del país, mandó construir la basílica más grande de África. Costó más de 250 millones de dólares, la mitad del déficit del país, y cuesta dos millones al año mantenerla. El 60% de la población marfileña es analfabeta. ¿Hubiera sido más razonable gastar ese dinero en construir escuelas? Juan Pablo II no debió pensar así, ya que la consagró en 1989.
En República Dominicana el transporte público es un caos, entre viejos autobuses y coches que se atiborran de viajeros. El Gobierno, sin embargo, no ha optado por poner orden en ese lío de tráfico y está construyendo un metro con un coste multimillonario. El país, mientras, tiene más que deficientes estructuras educativas o sanitarias.
Ver las fotos de la misa celebrada en Valencia por la iglesia católica este domingo pasado, seis días después del trágico accidente de metro que costó la vida a 42 personas, no ha podido si no evocarme las dos realidades antes descritas. El vergonzante gasto público en el evento se queda en poco cuando se ven las imágenes del altar, las sotanas y la Ciudad de las Artes y las Ciencias de fondo. A menos de un kilómetro, bajo tierra, siguen corriendo los mismos trenes destartalados por las mismas vías obsoletas y con los mismos sistemas de seguridad inexistentes. Y ahí está lo asqueroso de la situación. Esa imagen de la Valencia del cemento blanco de Calatrava que contrasta con la penumbra de las estaciones de la línea 1 del metro. La escena de decenas de obispos, con el Papa al frente, oficiando ante una ‘catedral’ en la que se han gastado centenares de millones de euros sin más criterio que el ‘yo la tengo más larga’ no puede si no recordar a Costa de Marfil.
Una comunidad en la que en los últimos años se han enterrado –sin que sea posible saber en muchos casos su destino final ni su beneficio social- millones de euros en Terra Mítica, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Canal 9, la Ciudad de la Luz, premios Nova u otros fastos vergonzosos (como el de este pasado fin de semana), se ha escatimado hasta el último céntimo en un sistema de seguridad digno para el metro. O en la construcción de colegios para mejorar la educación pública. O se ha optado por entregar a manos privadas la atención sanitaria pública. No interesan los que son los pilares básicos de una sociedad democrática avanzada. Se prefiere la postal, el escaparate, el despilfarro indecente de dinero público en hacer infraestructuras innecesarias para poder aparentar lo que no se es. Como el metro dominicano.
Estar lejos de Valencia cuando han pasado estos hechos me ha hecho reflexionar sobre las estupideces que salen de la boca de algunos de nuestros dirigentes y que, desde la distancias cortas, parecen algo menos estúpidas que desde lejos. Esa política de “vendrán millones de personas que dejarán millones de euros” es tan mezquina, tan poco ética, tan irresponsable y tan poco respetuosa con los ciudadanos que dicen administrar que ha acabado costando vidas. 42 vidas. De república bananera.
PS. Después de escribir esto,
leo unas declaraciones del presidente Francisco Camps, haciendo balance de la visita del Papa. No puedo más que decir que siento asco.